11 Apr 2020

Vigilancia o libertad: el dilema de la pandemia

watch_later Tiempo de lectura ~4 minutos

Actualmente generamos enormes volúmenes de información. Ya sea con la localización de nuestros celulares, con nuestras búsquedas en internet o con los datos biométricos que registran cámaras en la vía pública, alimentamos continuamente bases de datos privadas que recopilan información acerca de nosotros. Esto, en algún sentido, nos convierte en seres informacionales.

Todos estos procesos de medición pueden ser sintetizados bajo el término de vigilancia. Si bien es difícil no otorgarle una connotación peyorativa a este concepto, podemos considerar que se trata de una actividad que, en principio, es neutral con respecto a la ética y a los valores: medir y recopilar información privada no es estrictamente algo malo. En caso de que lo fuera, la discusión sobre si continuarla quedaría resuelta desde su comienzo, no quedando otra respuesta que eliminarla. Pero sus beneficios nos son claros actualmente, en tanto que son una herramienta invaluable para combatir la pandemia que atravesamos. Sin embargo, permitir estas prácticas nos pone frente a algunos dilemas.

Los dilemas de la vigilancia

Un derecho básico que todxs deberíamos tener es la libertad, entendida en un sentido muy simple como la posibilidad de disponer de medios para realizar las acciones que deseamos, siempre y cuando éstas no perjudiquen a terceros. Dado que ser libre es un derecho, debería estar entre nuestras posibilidades acceder a las grandes bases de datos de información personal siempre que deseáramos actuar con esta información sin ir en detrimento de libertades ajenas. Esto, de hecho, no sucede. Pero si sucediera, entonces garantizar que ninguna persona hiciera un abuso de su libertad y utilizara esta información de modo perjudicial para terceros sería muy difícil.

Un ejemplo resonante de esta situación es lo que se vivió con la consultora Cambridge Analytica. Esta empresa prestó servicios principalmente a campañas políticas en distintos países para identificar votantes indecisxs, y bombardearlos consecuentemente con anuncios sensacionalistas que manipularan su decisión de voto. Si bien es cierto que la manera en que esta consultora accedió a los datos privados de usuarios de Facebook fue ilegítima, dado que no hubo consentimiento alguno por parte de las personas en cuestión para brindar sus datos, de todos modos podría argumentarse que esta empresa era libre de obtener los recursos que les permitieran realizar sus objetivos, bajo la promesa de no atentar contra libertades ajenas. El final de la historia hoy nos es conocido: esta promesa no fue cumplida.

Un primer paso para aliviar esta dificultad es, sin duda, la educación. Una nueva Ilustración en estos tiempos de información implicaría poner rápidamente en agenda una instrucción acerca de la dinámica de los datos: cómo estos son recolectados, quiénes los almacenan, y cómo los utilizan. De esta manera, las personas tendrían una mayor posibilidad de involucrarse en debates acerca de su propia privacidad en Internet, o de si realmente nos corresponde ser tan libres como para acceder a datos privados de otra persona.

Esta instrucción, naturalmente, debería incluir la historia de utilizaciones perjudiciales que se han hecho de la información, como fue el caso de Cambridge Analytica. A su vez, la libertad nunca ha sido perdida como derecho. Entonces, ¿realmente querríamos que las empresas, los gobiernos, o alguien, tenga nuestra información? La vigilancia y la manipulación, si bien no están conectadas necesariamente, han tenido una historia de íntima cercanía. Y si pretendemos conservar nuestra libertad, haríamos bien en evitar ser manipuladxs. En vistas de esta tradición, toda persona tiene derecho a ser olvidada, es decir, podemos solicitar que una empresa elimine toda información que haya recopilados sobre nosotrxs. Esto nos llevaría a que, si consideramos que una instrucción de las personas es necesaria para comenzar a abrir el acceso a las grandes bases de datos de información, entonces esas bases de datos deberían quedar vacías.

De manera que, si lo que se dijo hasta acá es correcto, la vigilancia es una práctica sumamente problemática. En particular, se vuelve difícil sostener la recopilación de datos privados sin que esto lleve a una violación de la libertad de las personas vigiladas, y la educación como medida de aliviamiento podría llevar al vaciamiento de los datacenters.

La vigilancia en tiempos del coronavirus

La tensión en que estos dilemas nos ponen es particularmente acuciante cuando nos encontramos en un momento como el que atravesamos actualmente, con la pandemia del coronavirus. Mientras que por un lado es fundamental desplegar un operativo de control y seguimiento para tener información acerca del estado de las personas contagiadas, esto nos lleva precisamente a los problemas que consideramos.

La efectividad de la vigilancia como método preventivo tiene claros ejemplos en Oriente. En Corea del Sur, por ejemplo, la cantidad de contagiadxs fue regulada con mucho éxito, como también el porcentaje de personas que fallecen a causa de la enfermedad. Se trata de un país con experiencia en el manejo de epidemias, ya que en 2015 vivieron una situación de este tipo con el brote del MERS-CoV. Pero una estrategia de abundantes tests sobre la población más plataformas digitales de seguimiento y control le permitieron al país controlar la difusión de la enfermedad incluso teniendo varios casos confirmados. También es notable el caso de China. Si bien se ha señalado que el país ha escondido las cifras reales, lo que vuelve dudosos los reportes de su situación, no se puede dejar de reconocer el operativo que montaron. Entre las primeras 10 ciudades más vigiladas del mundo con cámaras CCTV, sólo dos de ellas no se encuentran en China. Esto permite a las autoridades del país monitorear en todo momento las puertas de las casas de personas contagiadas para asegurarse de que no salgan.

En un artículo reciente hay referencias a las medidas tomadas por otros países de la región, todas orientadas al desarrollo de aplicaciones o utilización de tecnologías previamente existentes (como sistemas de geolocalización en teléfonos celulares) con el mismo fin. Además, Apple y Google anunciaron un sistema para sus propios dispositivos por medio del cual se registran códigos encriptados de identificación de los dispositivos móviles con los que se haya tenido una cercanía considerable. Con esto, Occidente se suma al operativo de vigilancia tecnológica de lxs ciudadanxs.

Una conclusión inquietante que se extrae de estos fenómenos es que la velocidad con la que estos operativos fueron montados sería realmente extraordinaria si no fuera que se trataba de una red de control que existía con anterioridad. Pero no hay dudas de que estas tecnologías existían entre nosotrxs antes de la pandemia. Esto fue blanqueado en Israel, donde la tecnología que se utiliza formaba parte de un dispositivo para la lucha contra el terrorismo. Pero la otra consecuencia, aún más inquietante, es que esta situación es propicia para consentir un mayor nivel de vigilancia que el que previamente se consideraba “aceptable”. Dado que es sumamente importante que este tipo de tecnologías existan (sus beneficios son visibles), es importante que brindemos nuestros datos para favorecer el accionar de los gobiernos. Pero cuando esto termine, no debemos olvidar que estos datos nos pertenecen, y que es nuestro derecho luchar para que los gobiernos o las empresas aprovechen nuestra vulnerabilidad para violar lo que nos corresponde

En pocas palabras, de lo que se trata es de conservar nuestra libertad. Qué tan libres seamos es inversamente proporcional a qué tan vigiladxs seamxs. Negar la vigilancia previa a la pandemia sería ingenuo: más allá de las denuncias de Edward Snowden sobre el espionaje masivo por parte del gobierno de Estados Unidos, nunca quedamos exentxs del mecanismo de control. Negarse a brindar datos para combatir el coronavirus sería necio: estas herramientas podrían salvarnos. El problema es qué pasará después.


Escrito por: Joaquín Bardauil

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