13 Mar 2021

Peces y tiburones: reflexionemos menos

watch_later Tiempo de lectura ~4 minutos

Hay diez personas en un auditorio, ninguna de ellas tiene experiencia alguna sobre el tema que se presentará. Son personas absolutamente comunes. No conocen la forma de argumentar ni los métodos experimentales; ignoran casi todo, salvo el título de la presentación. Frente a ellas, otras dos personas están a punto de manifestar sus ideas al respecto. Por un lado, un investigador, conocedor de las complejidades de su área de estudio, con un rigor para el análisis que lo hace consciente de su falibilidad, va a comunicar sus resultados después de establecer varios condicionales, tomándose su tiempo, y aun así, con cierto sano escepticismo. Por el otro, un autoproclamado librepensador va a anunciar con plena seguridad una serie de aserciones que para el investigador son, francamente, pavadas. ¿Qué posición resultará más convincente para el público?

Obviamente influyen muchos factores, desde la formación que tienen las personas que asisten a la charla hasta qué dice específicamente cada uno. Y es que en un caso como el mencionado (que es del tipo que más puede resultarnos interesante) es muy difícil predecir a quién más se le va a prestar oído, por la falta de información respecto de los factores restantes. Pero en ciertos casos experimentales, aislando artificialmente el resto de los factores, sí se puede observar el notable efecto de la confianza en torno a la influencia.

En su paper “Wise Or Mad Crowds?”, Tump, Pleskac y Kurvers estudian diversos mecanismos cognitivos que explicarían diferentes causas de las cascadas de influencia en grupos de personas. Para esto establecen el siguiente experimento. A grupos de personas de distintos tamaños les proponen imaginar que son un cardumen de peces con dos opciones: escapar del lugar en el que se encuentran o quedarse en él, según la presencia de tiburones en el área. Se les instruye que deben escapar si hay más de cinco tiburones y quedarse si hay cuatro o menos. En cada iteración del experimento, se les muestra una imagen durante 2 segundos respecto de la cual tomarán su decisión (que tiene una cierta cantidad de tiburones escondidos detrás de varios peces).

El objetivo del experimento es evaluar la influencia social respecto de la decisión, para lo cual tomar la decisión sola e inmediatamente después de ver la imagen no añade información alguna. Para estudiar precisamente los efectos de la influencia social, se lleva a cabo una serie de mediciones.

Tras los dos segundos en que se les muestra la foto, los participantes deben elegir si quedarse o irse, y luego reportar el nivel de confianza sobre su propia decisión (del 50% al 100%, entendiendo por “confianza” la probabilidad esperada de tener razón).

Luego entran en la fase social, en la que tienen un máximo de 20 segundos para hacer una segunda decisión entre quedarse o irse, pero sin volver a ver la imagen. En su lugar, pueden observar, en una pantalla, la cantidad de gente que va seleccionando cada opción. Durante la etapa social, los participantes podían en cualquier momento dar su decisión, pero las decisiones más tempranas eran levemente recompensadas (100 puntos por cada decisión correcta menos un punto por cada segundo que pasa durante la etapa social). Por último, se proveía la información respecto de cuál era la decisión correcta.

Lo primero que puede observarse es que la etapa social pesa sobre la decisión, principalmente sobre las personas que menos confianza tenían. No es extraordinario el resultado: formamos nuestras opiniones a partir de, además de la evidencia empírica con la que contamos, las opiniones de personas cercanas. Lo siguiente que se observa es el efecto dinámico de este fenómeno: las cascadas de influencia, o de “gana quien mueve primero”. Como las opiniones ajenas tienen efecto sobre las nuestras, la primera persona en declarar su postura afectan al resto. Puede no afectar mucho, pero algo afecta. Mueve la balanza un poquito, para el resto, hacia su propia postura. Esto hace que sea más probable (muy poco, pero más) que las próximas personas adopten esa misma postura que la alternativa. Llega un punto en que este ciclo de retroalimentación, como en un efecto de bola de nieve, hace que las personas más indecisas se dejen llevar por la cascada. Cuanto antes alguien haga explícita su postura, mucho más influye en su comunidad.

Permitirnos creer algo porque lo creen muchas más personas es un sesgo cognitivo que se llama “efecto arrastre”. Como todo sesgo cognitivo, tiene un motivo de ser: la mayoría de las veces, sirve mucho la heurística por detrás. Muchísimas veces lo que cree la mayoría de las personas es correcto. En el experimento, había en promedio más precisión en la decisión después de la etapa social que antes.

Notemos que la influencia, para todas las personas que no fueron la primera en reportar su posición, no la hacen las opiniones independientes, basadas únicamente en la evidencia empírica. La quinta persona en posicionarse, por ejemplo, influencia al resto, y lo influencia a partir de su postura que no se basa sólo en lo que vio sino también en lo que dijeron las cuatro personas anteriores. ¿Por qué, si se da la dinámica de que “gana quien juega primero”, es que la influencia social aumenta la cantidad de aciertos?

Esto también es razonable, las primeras personas en posicionarse son las más confiadas, y,en el caso experimental, las personas más seguras de su decisión tendían a estar en lo correcto. Pero a veces la seguridad de las opiniones no se basa en algo tan simple como contar tiburones entre peces. Confiar en haber contado bien los tiburones quiere decir que sentimos que tuvimos la atención suficiente como para recorrer la imagen de manera casi completa y, como somos personas competentes, solemos identificar bien nuestras aptitudes en casos tan directos.

En otros casos, no funciona tan así. La situación imaginaria del párrafo inicial es un caso de efecto Dunning-Kruger en que la persona más confiada está probablemente equivocada. ¿Y qué pasa ahí? ¿Está todo perdido? Cuando quien habla primero es incompetente, y la mayoría de las personas está relativamente indecisa, la “bola de nieve” de la cascada de influencia va a favorecer enormemente a la posición incompetente.

No es la idea dejar de reflexionar ni dejar de presentar las ideas intentando dar cuenta de su falibilidad y su complejidad. El título es un poco un “clickbait” a propósito (see what i did there?). Está clarísima la importancia de reflexionar, de comunicar invitando a la reflexión, la importancia de la filosofía.

Pero sepamos que hablar rápido tiene más impacto que hablar después de reflexionar un buen rato, y que, al terminar las presentaciones en nuestro auditorio imaginario, es lamentablemente predecible cuál de los dos presentadores se ganará al público.


Filosofía del Futuro nació con el objetivo de llevar la reflexión filosófica a las temáticas de importancia en torno a ciencia y tecnología. Por ese motivo, orientamos la comunicación de manera que nuestras publicaciones sean producto de reflexiones, y que inviten, a su vez, a la continuación de la reflexión.
Hay una tensión, sin embargo, entre los modos reflexivos y el impacto de una idea (por los motivos mencionados en la nota).
¿Cómo se resuelve? ¿Hay una tensión entre la “filosofía como herramienta de transformación de la realidad” y la comunicación reflexionada / reflexiva? Y si la hubiera, y la filosofía fuera naturalmente reflexiva, ¿sería imposible construir una filosofía con potencial transformador?
¿O se puede enfrentar las dinámicas de “efecto arrastre” comunicando, consistentemente, de manera reflexiva?
¿Cómo tiene que ser la filosofía para poder enfrentar los desafíos de nuestro siglo?
Son preguntas que intentamos, paulatinamente, ir respondiendo. Nos encantaría saber qué opinás. Ayudanos a pensar :)

Escrito por: Juan Fernández Zaragoza

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